Xuantong, el último emperador

Xuantong (Puyi)

Xuantong (Puyi)

Xuantong 溥儀 es el nombre de su reinado aunque se le conoce más por Puyi (1906-1967), su nombre de pila; algo inconcebible para un emperador celeste, pero no para él a quien la historia reservaba acabar siendo un hombre ‘normal’. Deprisa y corriendo, ante lo vertiginoso de los acontecimientos y con la muerte en los talones, su tía Ci Xi lo convirtió en el sucesor de Guang Xu. Puyi comenzó a reinar en 1908, a la edad de dos años y se vio forzado a abdicar a los seis, en 1912, al año siguiente de la revolución que culminó la caída de la dinastía Qing. Muy recomendable la película de Bernardo Bertolucci.

En la denominada tercera regencia de Ci Xi (1898-1908), la emperatriz viuda decide liderar los convulsos destinos de su país sometiendo al emperador que, además de incapaz de sostener el imperio, había intentado atentar contra ella. La principal amenaza procedía del vecino Japón que, envalentonado por el poderío derivado de su modernidad a lo occidental, mantenía vivo su proyecto de liderar Oriente poniendo bajo su mando incluso al viejo y gigante Imperio.

Ci Xi había vivido con profunda indignación el enfrentamiento y la derrota de su país en la guerra con Japón, por eso, tal vez de una forma un tanto obcecada, había impulsado una resistencia numantina que de haberse llevado a cabo hubiera sido suicida para su dinastía –seguramente prefería la muerte a la indignidad–. Tal intransigencia le había granjeado fama, paradójicamente, de ultraconservadora, lo que contrastaba con la creencia general de que Guang Xu, ahora desprovisto de poder, era el reformador.

Ella había demostrado con creces su interés por la modernidad pero la derrota sufrida frente a Japón era una afrenta histórica que significaba la pérdida de liderazgo en la zona frente a un enemigo que, en lo militar, no había merecido nunca tal consideración. Ci Xi, para calmar los ánimos y para limar su fama de conservadora, intentó, tal vez no muy convencida, tender puentes de aproximación con Japón, lo que, en contra de lo que esperaba, alertó a Rusia y a las potencias de Occidente que vieron en ese acercamiento el resurgir del temido ‘peligro amarillo’.

Aunque las potencias occidentales temían la concentración de fuerzas que trataba de protagonizar Japón, seguían debilitando a China con el creciente uso y abuso de sus posiciones territoriales para garantizar su propia hegemonía militar. China no contaba con un ejército capaz de plantar cara al humillante hostigamiento extranjero pero la creciente indignación popular había dado lugar al nacimiento de fuerzas nacionalistas muy radicalizadas en contra de los intereses occidentales que operaban por su cuenta, sin control, y tratando de complementar o sustituir al ejército chino cuando fuera necesario.

‘Puños rectos y armoniosos’ (Yìhétuán) era el  grupo nacionalista chino que se alzó contra los alemanes en la toma del puerto de Qingdao. Su origen estuvo ligado a la práctica de las artes marciales, de hecho los primeros militantes eran expertos luchadores que ante el pueblo se presentaron como una fuerza dotada de poderes mágicos y con protección divina. Bóxers fue su nombre para los occidentales y con el que, tras los trascendentales sucesos de 1900, ha pasado a la historia.

Las tensiones con Occidente seguían creciendo y el nacionalismo Bóxer aumentando, lo que se traducía en hostigamiento a los extranjeros presentes en China y a sus intereses. Ci Xi los reprimía y castigaba, también indemnizaba a los extranjeros, pero el crescendo de la violencia era imparable. En 1900, los Bóxers focalizaron su acción en Pekín, en el entorno de las legaciones extranjeras y a escasos metros de la Ciudad Prohibida. Ante la insuficiencia del ejército imperial, tanto para frenar  el asedio de los Bóxers como para poner coto a los abusos colonialistas de Occidente, Ci Xi, aconsejada por el príncipe Duan, decidió armar a los Bóxers y aprovechar su pujanza, vitalidad e indisciplinada fuerza bruta para, junto al ejército imperial, enfrentarse a ocho potencias extranjeras: Rusia, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Imperio Austro-húngaro, Estados Unidos y Japón. “55 días en Pekín”, la peli.

Producida por Samuel Bronston en 1963 y rodada en España (Las Rozas, Madrid). Las magníficas acuarelas de Dong Kingman introducen la película generando ambiente, -a mí me gustan mucho-.

(imágenes obtenidas de Odyssey Edge, click sobre ellas para ver grande)

GALERÍA de acuarelas de Dong Kingman

Error, grandísimo error, del que ella misma se lamentaría. Las mismas fuerzas extranjeras cuya presencia en Pekín fue autorizada para que las legaciones pudieran defenderse de los Bóxers terminaron adueñándose de la situación. Pekín fue tomado y la corte imperial se vio obligada a huir.

Fueron más de dos meses de peregrina penuria, llegaron a unos mil kilómetros de Pekín. La corte imperial en el exilio se redujo al mínimo: la emperatriz viuda, el emperador (preso) y su esposa, su concubina Jade (a Perla, sin contemplaciones, Ci Xi la ahogó en un pozo), algunos eunucos y una mermada servidumbre. En su larga huída fueron encontrando a un pueblo fiel que hizo cuanto pudo por facilitarles el tránsito, al parecer sin interposiciones militares ni de unos ni de otros.

A pesar de lo dramático de la situación, Ci Xi salió crecida tanto en el interior como en el exterior. Los invasores, aunque tomaron la Ciudad Prohibida, fueron cuidadosos y respetaron los edificios y el patrimonio, evitaron saqueos y no repitieron errores de los que habían aprendido y tanto les habían desprestigiado en la invasión de hacía 40 años.

Ci Xi recordaba con especial duelo la destrucción del Palacio de Verano en su juventud y recibió con alivio las noticias pero no quiso retornar a Pekín hasta haberse firmado la paz (Protocolo Bóxer, firmado, por cierto, en la Legación Española bajo la presidencia del embajador D. Bernardo Cólogan y Cólogan, decano del cuerpo diplomático acreditado ante la corte imperial) y previo desalojo de las fuerzas invasoras. China pagaría nuevamente con una ruinosa indemnización que incrementó su endeudamiento.  En 1902, aliviada porque la paz firmada no incluía nuevas cesiones territoriales y tampoco imponía la reposición de Guang Xu en el poder, decidió volver a Pekín. Ya en ese momento se empiezan a respirar, aún sin consecuencias, aires de republicanismo; aparece en escena Sun Yat-sen, el que años después, se convertirá en presidente de la primera república china.

Ci Xi reconoció sus errores, pidió perdón, pagó los daños ocasionados y se propuso un amplio plan de modernización con el objetivo de convertirse en un país poderoso a imagen de las potencias occidentales. Su viaje de retorno incorporó ya actitudes inspiradas en los gobernantes occidentales, por ejemplo, permitía aproximarse a la gente cuando atravesaba pueblos y ciudades dejando abiertas las cortinas de su silla de mano con el fin de dejarse ver, saludar y ser saludada, algo imposible de imaginar en la China de sólo unos pocos años atrás y que repetiría con mayor espectacularidad al llegar a Pekín. Al entrar en la Ciudad Prohibida rindió homenaje a la asesinada concubina Perla reconociendo el error cometido y manifestando su arrepentimiento. Recibió a los diplomáticos occidentales con un gran despliegue de amabilidad y proximidad que manifestó especialmente con las mujeres y niños a quienes obsequió generosamente. El tiempo demostraría que tal apertura era sincera.

En las decisiones políticas se empezaron a ver consecuencias. De entrada, el príncipe Duan, que había sido un factor decisivo en el enrolamiento de los Bóxers en la guerra imperial, es enviado al exilio dejando además sin efecto el nombramiento de su hijo Pujun como heredero al trono de Guang Xu. Por otra parte, la relación de profundos cambios se hace casi interminable:

Intenta acabar con la vieja tradición del vendado de los pies de las mujeres, una costumbre que escandalizaba a los occidentales pero que estaba muy arraigada en las clases altas de la etnia Han, es decir de los chinos ‘auténticos’ y que rechazaban otros grupos étnicos, entre ellos los manchúes Qing. Ci Xi conocía a su pueblo y sabía que hacía falta tiempo para que el cambio calara. Permitió los matrimonios mixtos Manchú-Han, hasta entonces prohibidos; progresiva liberalización de la mujer incluyendo su promoción educativa; modernización del programa educativo de la clase dirigente inspirado en Occidente, organizando estancias en el extranjero; una mayor libertad de expresión se va estableciendo sobre todo a través de periódicos y revistas cada vez más introducidos; abolición de la tortura (al menos en teoría).

El prestigio del comercio avanza en la escala social que tradicionalmente se encontraba en el nivel más bajo, por debajo de campesinos y artesanos y por supuesto de las élites reservadas para eruditos y funcionarios; de hecho, en 1903 se instituye el Ministerio de Comercio. Dos años después se establece el Yuan como moneda nacional en sustitución del Tael. Para promover los intercambios comerciales se amplía la línea Norte-Sur del ferrocarril.

La renovación de las fuerzas armadas seguía siendo una cuestión pendiente. Ci Xi invierte en esto parte de su fortuna personal, tal vez restituyendo parte del dinero detraído a favor de la reconstrucción del Palacio de Verano en un tiempo en el que, alejada de las decisiones políticas, habían decaído sus propuestas modernizadoras.

En lo social, tras una campaña organizada dirigida sobre todo hacia los jóvenes, decayó el consumo de opio, lo que propició tanto el fin del cultivo interior como su importación (a lo que colaboró positivamente la Gran Bretaña). En 10 años, el opio había dejado de ser un problema en China.

Todas estas reformas tuvieron una repercusión directa en la población que en poco tiempo vio iluminadas sus calles, parques y jardines, agua corriente en sus hogares, teléfono, cines, museos, acontecimientos deportivos, publicaciones periódicas y diarios que hacían al pueblo sentirse parte de una sociedad viva, en acción y cada día más libre. Se fundó en Pekín la primera Facultad de Medicina basada en los principios de modernidad occidental.

Ci Xi hubiera querido seguir al pie de la letra el modelo de Occidente, especialmente el de Gran Bretaña por cuyo sistema de monarquía parlamentaria sentía gran admiración y con el que, de alguna forma, se identificaba al ser también reina una mujer. Consideraba las ventajas de compartir el poder haciendo al pueblo partícipe de las decisiones de gobierno. El proyecto tuvo muy buena acogida en la prensa y caló en el pueblo; convertir el imperio chino en una monarquía constitucional fue su objetivo y a ello dirigió todos sus esfuerzos. De hecho, el 1 de septiembre de 1906 se publicó el Decreto por el que proclamaba el proyecto de establecer una monarquía representativa y un parlamento electo. En 1908 se anticipa un borrador de Constitución en el que se proclama la libertad de expresión hablada y escrita, la libertad de reunión y asociación y en el que, aunque aún se reserva la última palabra al emperador, se establece que en caso de desacuerdo, tanto el pueblo como el monarca deberán hacer concesiones. Ese mismo año se aprueba una Asamblea encargada de la transición con el compromiso de terminarla en 9 años.

Contrariamente, los cambios en palacio tan apenas se notaban. Ci Xi quería hacer compatible la noción divina del trono con la representación de la voluntad popular. Intuía que el régimen de libertades que propugnaba habría de cuestionar en algún momento la continuidad de la dinastía de los manchúes y de hecho un nuevo republicanismo se iba haciendo hueco en el sentir del pueblo. Sin embargo, Ci Xi se movía bien en la contradicción porque su apuesta era clara y sincera: la dinastía cedería el poder y preservaría la representación. Éste era uno de los frentes abiertos, un proceso muy dinámico y positivo para el país.

El otro era la persistente actitud imperialista de Japón que instigaba a favor del retorno al poder de Guang Xu al que consideraba manejable para sus intereses. En 1905 Japón vence militarmente a Rusia a quien arrebata una parte de Manchuria que Rusia, a pesar del Protocolo Bóxer, había retenido tras los enfrentamientos con China de 1900. Japón, que ahora ejercía su influencia y protectorado pleno sobre Corea, se sitúa, no ya en la frontera sino en el propio territorio chino, en Manchuria. Japón logra acuerdos con Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos e incluso con Rusia para posicionar favorablemente sus aspiraciones al trono chino sustituyendo a los manchúes. En 1907, Japón se anexiona Corea.

Ci Xi percibe que el tiempo se le escapa y toma decisiones apresuradas tratando de anticipar un inmediato futuro sin su presencia en el que Japón no tendría dificultades para manejar a Guang Xu como una marioneta. Tras la anulación del nombramiento de Pujun, nombra a Puyi, hijo Zaifeng, segundo príncipe Chun (hijo del previamente mencionado Chun, hermano de Xian Feng) y por tanto legitimado en la línea sucesoria. En dicho nombramiento prevé que su padre Zaifeng sea regente si fallecía Guang Xu.

1908 fue un año clave. Ci Xi cumplía 73 años y su salud se deterioraba aceleradamente: diarrea aguda, fiebre, mareos, acúfenos… Siente cercana la muerte. También la salud del emperador se agrava. Teme morir ella antes que él y que se desbarate el plan sucesorio que había tramado.

El día 14 de noviembre Guang Xu es envenenado con arsénico pero antes de morir deja escrito en su testamento el mandato de que el imperio se encamine hacia la monarquía constitucional. Y lo mismo hace Ci Xi que pocas horas antes de morir ratifica en el suyo el testamento imperial. Ya podía morir tranquila; y lo hizo al día siguiente, el 15 de noviembre de 1908.

Una vez entronizado Puyi, Zaifeng se hizo cargo de la regencia. Sin embargo la ley obligaba a compartir con la emperatriz viuda Longyu, esposa de Guang Xu y sobrina de Ci Xi, las decisiones importantes. Ci Xi conocía la debilidad de carácter de su sobrina Longyu y su falta de ambición; sabía que en caso desesperado entregaría el imperio y evitaría un previsible derramamiento de sangre que Ci Xi identificaba con una indeseable vuelta a los episodios de 1900.

Y así fue. Las revueltas de 1911 a favor de la república llevaron a Zaifeng a dimitir dejando el gobierno en manos de la emperatriz viuda Longyu quien no vaciló en forzar la dimisión de Puyi, que con seis años cedió el imperio a la nueva República Constitucional.

Fin de la dinastía Qing, fin del milenario imperio.

Ilustración de Manolo Prieto

Ilustración de Manolo Prieto (*)

Sin duda, no era éste el deseo de Ci Xi que veía en una monarquía parlamentaria a la inglesa una salida digna para su agobiada dinastía. Sin embargo, tal vez lo había intuido muchas veces después de forzar una y otra vez una historia que parecía ya escrita y que sólo el vigor de esta excepcional mujer fue capaz de aplazar.

Ci Xi fue una mujer de estado, de formación clásica confuciana, atenta al deber con su dinastía y con su pueblo para los que tuvo aciertos y errores. A lo largo de su vida de gobierno hizo y deshizo con decisión y manipuló la realidad para construirla a su antojo.

En las decisiones más importantes no dudó en sobreactuar, en abierta oposición al principio confuciano-taoísta de ‘no actuar’, esto es, observar con atención el natural fluir de los acontecimientos con distancia y ecuanimidad y cultivar la serenidad para detectar el momento preciso de los pequeños pero revolucionarios cambios. El previsible final de la dinastía se impuso con una contundencia tal que hasta su propia tumba terminaría profanada.

Acción, reacción.

José Antonio Giménez Mas

(*) portada de ‘Las tribulaciones de un chino en China’ (Julio Verne). Revista Literaria, Novelas y Cuentos, publicación semanal, 1952.

Un comentario en “Xuantong, el último emperador

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